Diana Bustos Ríos*
El estado de militarización que vivimos desde 2006 ha significado el recrudecimiento de la violencia feminicida y es ese el punto de partida para las reivindicaciones de la agenda de mujeres en el terreno de la política. Para entender esto, es preciso partir de que los cuerpos de las mujeres son territorios políticos, en virtud de que han sido nombrados y construidos a partir de ideologías, discursos e ideas que han justificado su opresión, su explotación, su sometimiento, su enajenación y su devaluación (Gómez, 2012). Esto es posible en razón de un orden sociocultural que tiene como cima a los hombres blancos dueños del poder, a partir de ahí se jerarquizan las demás identidades en razón de su sexo, su raza y su condición económica; es por eso, que no son las mismas opresiones padecidas por un campesino que las de una mujer universitaria. Ni las que enfrenta una mujer indígena respecto a un varón de una colonia popular. Este entramado de opresiones constituyen la violencia estructural, donde una de sus manifestaciones más cruentas es la violencia de género, aquella que se dirige hacia las mujeres con el objeto de mantener o incrementar su subordinación al género masculino hegemónico.
La expresión máxima de la violencia de género es el feminicidio; sin embargo, en contextos de conflicto armado, adquiere un cariz más complejo que no se puede explicar simplemente desde el machismo y la misoginia internacionalizada: la trata, las violaciones cometidas por militares, policías y sicarios, así como aquellas cometidas como táctica represiva contra los movimientos sociales y por supuesto, el rapto y asesinato de jovencitas en lugares con alta criminalidad y corrupción de las autoridades, no son “crímenes de odio”, puesto que todo asesinato implica la idea de aniquilación del otro. El feminicidio en contextos de violencia armada y militarización, es resultado de otros factores, donde la misoginia es un telón de fondo. Es preciso entender que la masculinidad es un status condicionado a su obtención mediante un proceso de imposición y conquista sobre los cuerpos políticos considerados inferiores: en este caso, los de las mujeres, es decir, la agresión se dirige con esto a los otros hombres de la comarca, a los tutores o responsables de la víctima en su círculo doméstico y a quienes son responsables de su protección como representantes del Estado (Segato, 2006). Estos códigos de supremacía son compartidos por los grupos criminales y regulares en conflicto; además de las balaceras, es a través de la posesión de los cuerpos de las mujeres que continúan su lucha por los territorios, estableciendo así un segundo estado (Segato, 2013) es decir, una estructura paralela donde los grupos criminales y los dueños del poder legal tejen complicidades que les permiten obtener dividendos mediante un conflicto simulado, es por eso que en esta “guerra contra el narco” los crímenes contra ciudadan@s comunes son denominados “daños colaterales” y las mujeres asesinadas y desaparecidas “se fueron con el novio”.
Por lo anterior, un proyecto de Nación donde se busque el estado de bienestar para tod@s, una política distributiva más justa y la cancelación definitiva del régimen de privilegios al que denominamos mafia del poder, requiere manifestar explícitamente su opción por una política de seguridad ciudadana, concepto donde se transita de una óptica coercitiva a “una amplia e incluyente que aboga por la prevención y colaboración frente al origen multicausal de la violencia” (Varela y Vargas, 2017). Es decir, debemos atender las causas de la presente crisis nacional para poder implementar soluciones efectivas. En este sentido, terminar con los indignantes números de desaparecidas y asesinadas por motivos de género implica una participación activa y decidida de las mujeres asumiendo la identidad política de nuestros cuerpos.
*Arqueóloga. Doctorante de Antropología. Feminista y militante del Movimiento de Regeneración Nacional.
Referencias
Gómez Grijalva, Dorotea. (2012) “Mi cuerpo es un territorio político”, Brecha Lésbica (disponible en brechalesbica.files.wordpress.com/2010/11/mi-cuerpo-es-un-territorio-polc3adtico77777-dorotea-gc3b3mez-grijalva.pdf).
Segato, Rita Laura. (2006) “La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez”. Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado, México, Universidad del Claustro de Sor Juana.
Segato, Rita Laura. (2013) “Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres”. Puebla, Pez en el Árbol/Tinta Limón.
Varela Amaya, Ximena Marisol y Brayant Armando Vargas Hernández, (2017) “La prevención de la violencia social en México y Colombia desde un enfoque de la seguridad ciudadana” en Víctor Manuel Muñoz Patraca (coord.), Globalización y drogas: México y Colombia, una comparación. 2006-2012, México, unam. pp. 67-110.