La violencia en el estado de Querétaro

Azhar Mayet Méndez Rodríguez*

El fenómeno de la violencia[1] es sumamente complejo y se da prácticamente en todos los ámbitos del mundo actual. Las causas y consecuencias de la violencia se han naturalizado, ocasionando que se vea como algo “normal” y sea parte de la vida diaria.  Para Marta Torres (2010), “la violencia permea todos los espacios sociales, desde la esfera más amplia que es la interacción entre varios países, hasta la intimidad de la habitación conyugal” (pág. 60); además, está íntimamente ligada a la masculinidad y las prácticas de los hombres, por lo que la asociación violencia-varones, es casi inevitable, teniendo como respaldo el sesgo cultural.

Para hablar del tema de la violencia, es necesario retomar la categoría analítica de género. De acuerdo con Marcela Lagarde, el género es la categoría correspondiente al orden sociocultural configurado sobre la base de la sexualidad, la que a su vez está definida históricamente por el orden genérico (Lagarde, 2001). Esto quiere decir que, el género es toda la representación simbólica que se construye socialmente a partir del sexo y éste se refiere a la separación biológica que se realiza por la diferenciación que se hace de la mujer y del hombre respecto a sus órganos reproductivos. En otras palabras, el sexo es la representación física del género y éste a su vez, está delimitado por toda la construcción social y cultural del contexto histórico en el que se desenvuelven los individuos.

Dado que la violencia ha sido estudiada desde diferentes disciplinas, es posible distinguir principios y características que ayudan a definirla, mismos que aportan elementos importantes para estudiarla y comprenderla. En primer lugar, se trata de un acto intencional, ya que se asocia con la libertad y la voluntad de querer ejercerla, también, genera transgresión de un derecho, puesto que se atenta contra la vida, la integridad y la salud. Ocasiona daños físicos, psicológicos, morales, sexuales, patrimoniales y económicos. Y, sobre todo, implica poder de sometimiento, de desequilibrio de poderes, de afianzar posición de dominio, lo que está relacionado con la legitimidad social y cultural (Torres, 2010). Aunque la violencia no es exclusiva de un género, en el imaginario colectivo y en lo que está legitimado socialmente, al hombre le corresponde el espacio “natural” e histórico de poder, por lo que cualquier resignificación o alteración de esa posición tradicional, puede desencadenar en violencia.

En los últimos años, en el estado de Querétaro, como en el resto del país, se ha producido un incremento considerable en términos porcentuales de mujeres violentadas en espacios privados (10 puntos porcentuales), ejercida por una persona con la que mantienen una relación familiar o de pareja (INEGI, 2011). De los tipos de violencia, la emocional es la que ocupa el primer lugar 89.2%, seguida de violencia económica 56.3%, violencia física 27.5% y sexual 12.7%.

De esta forma, se sostiene que la violencia no sólo se trata de cuestiones abstractas, también incluye los efectos reales, es decir, se visualiza en todas sus expresiones, tales como la violación y agresión, y en donde, a partir de la desigualdad entre los géneros, existe una creencia de superioridad de un sexo sobre otro (en este caso, del masculino sobre el femenino), siendo que, la violencia de género es indiscernible del poder, y el poder en sociedades patriarcales es un atributo asignado de manera exclusiva y excluyente a los hombres.

En estos esquemas culturales que se han perpetuado y continuado a lo largo del tiempo, las instituciones sociales, como la iglesia, la escuela, el Estado y las familias, han tenido un papel trascendental en la reproducción de dichas estructuras de dominación, por lo que resulta necesario un cambio de lógica tanto interna (en los individuos) como externa (del Estado), que incluya un proceso profundo de reflexión de las personas involucradas, así como una alteración significativa de las estructuras sociales que perpetúan el orden social establecido, para coadyuvar en la erradicación de la violencia.

 

* Licenciada en Ciencia Política y Administración Pública. Presidenta de la Secretaría de Mujeres del Comité Ejecutivo Municipal de Corregidora, Querétaro.

 

[1] El término de violencia para la OMS (Organización Mundial de la Salud), es entendida como “…el uso intencional de la fuerza o el poder físico, en forma de amenaza o efectivamente, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que ocasiona o tiene grandes posibilidades de ocasionar, lesión, muerte, daño psíquico, alteraciones del desarrollo o privaciones” (Ramos, 2005,64). Cabe señalar que la violencia contra las mujeres entra a la agenda pública o se visibiliza como problema a través de la salud pública, es decir, por el alto financiamiento económico que representa para  los Estados atender sus consecuencias.

Referencias bibliográficas:

  • INEGI (2011). Mujeres violentadas en el ámbito privado, en “Panorama de violencia contra las mujeres en Querétaro”. ENDIREH.
  • Lagarde, Marcela (2001), “El género”, fragmento literal: “La perspectiva de género” en Género y feminismo. Desarrollo Humano y Democracia, Ed. Horas Y HORAS.
  • Ramos, Luciana; (2005); “Violencia de Género y Salud Mental”, en Reunión Internacional de Atención y Prevención de la Violencia hacia las  Mujeres: Un enfoque multidisciplinario. Memoria Puebla. Instituto Nacional de las Mujeres. México, pp. 63-82.
  • Torres, Marta (2010), Cultura patriarcal y violencia de género. Un análisis de Derechos Humanos, en Tepichín, Ana María, et.al. (Coord.), Relaciones de género, México, El Colegio de México (pp.60-82).